Padre

Me acuerdo de una vez en La Cumbre. Mi mamá entró con mis hermanos al supermercado. Yo y mi viejo fuimos a caminar por la parte de atrás. Había una plaza. Una hamaca. Un subibaja. Había árboles y asientos, no recuerdo. Mi viejo se sentó en una mesa de cemento, flexionó una pierna y con las dos manos se agarró de la rodilla, dejando la otra pierna estirada a lo largo. Se inclinó un poco y se tiró un pedo extenso y ruidoso. Epa, ¿qué fue eso, hijo?, me dijo. Te cagaste, le dije. ¿Qué? ¿Cómo le habla así a su padre? Te cagaste, repetí. Te cagaste. Soltame, soltame, hay mucho olor.

Mientras esperábamos fui a dar una vuelta, a buscar hormigas, y vi un motorhome realizando maniobras para estacionar. Tenía la puerta abierta. Adentro había una cocina, una cama destendida y una mujer barría el interior con una escoba enana. O la mujer era enana, no recuerdo. Casi al instante un olor nauseabundo, asqueroso, tan fuerte y penetrante, me provocó arcadas. De una parte del piso del motorhome vi que salía un líquido denso, verde y marrón, y se depositaba en la tierra como una gelatina de manzana tibia recién cocinada.

Cuando volví con mi viejo, él dormía sentado en la misma posición de estatua. Cabeceaba y volvía a la misma posición. Me senté a su lado y abrió un ojo. Me preguntó si ya había vuelto mamá. Le dije que no. ¿De dónde viene ese olor?, me preguntó. Y le dije que no sabía.