Personas que me gustarían que estén en mi última cena

Si pudiera elegir entre cinco personas para cenar en una última cena, Jim Jarmusch, seguro, sería una de ellas. Del resto, sólo Woody Allen y Soriano tienen una silla asegurada. El personaje de la cara graciosa en Fargo también. Y Cacho Buenaventura y Roberto Benigni, qué dupla... Me pasé. Por uno me pasé. Ojalá pudiera elegir a doce y convidarles una vaca al barro con mucho chimichurri. Un costillar que dure dos días. 72 horas me bastarían.

Primero los presentaría, claro. La mayoría se conoce, creo. Pero al Cacho, quién lo va a conocer al Cacho, pobre Cacho... El Cacho hablaría el inglés de un australiano con la velocidad de un japonés, pero le entenderían. Le diría que se cuente el de la riña de gallos como para largar y entrar en clima. Si el Cacho no los hace reir a estos muchachos me pego un tiro en las bolas.

Una vez me lo encontré en el Gimnasio de Pablo Bifarela, me acuerdo. El gordo había caído con una receta médica de las cosas que podía y no podía hacer. Como le había dado un preinfarto hacía unos días tenía que bajar de peso urgente antes de que empiece la temporada en Carlos Paz. Pablo lo seguía por todo el gimnasio y el gordo se esforzaba, soy testigo, pero apenas se descuidó y se sentó en una banqueta, cagó. Nos reunió a todos los que estábamos ahí, alrededor de unas mancuernas que hacían de fogata, y se pasó dos horas haciéndonos reir gratis. Tengo que admitir que para mí, una persona tan poco aficionada al gym, aquel día fue uno de los más felices. Y que Pablo le prohibió el ingreso y le quitó el pase gratis que le había dado. Pobre gordo.

Jim podría contarnos anécdotas de Auster pero mejor sería organizar otro asado e incluirlo a Paul en la lista para que hable por su cuenta. Jim tiene sus propias historias. Historias de cafés con cigarrillos o de increíbles taxistas en increíbles capitales a increíbles horas de la noche. Un tipo que recibe una carta de un supuesto hijo anónimo y que sale a recorrer su pasado para saber con cuál de todas fue, es una historia digna para contar. Y no puedo imaginarme sino a Bill Murray haciendo de ese personaje solteron, como tampoco puedo imaginarme a otro tipo haciendo de periodista en El día de la marmota. A Jarmusch lo sentaría en la punta de la mesa. Más que hablando me lo imagino registrando cada gesto, cada conversación y no me soprendería descubrirle una grabadora en el bolsillo de su campera.

Como en mi casa sólo tengo cuatro tazas picadas, dos vasos y una copa, a Woody Allen y a Benigni los sentaría juntos y hasta se entenderían y podrían compartir el vaso de vino en caja que siempre tengo listo en la heladera. Benigni y Allen. Woody y Roberto. Roberto Allen y Woody Benigni. Dos caras de una misma moneda. Frases hechas si las hay, aunque no sé si alguna vez alguien la usó para este caso especial. La moneda de dos pesos de Evita que no se consigue. Uno de la Roma, Italia. El otro de la Nueva, York.
Dame dos pesos y te muestro, dice Woody.
Y Benigni saca de su bolsillo una pintura labial y le encaja dos besazos en la frente que ni te cuento.
Cosas tontas como esas, por horas. Dos guazos fantásticos, más creíbles en sus películas que en la vida real. O alguien se lo imagina a Woody Allen cagando, leyendo la sección de espectáculos de la Voz del interior para ver qué dice Peirotti de su última película. O te lo imaginás a Benigni con cara de orto porque le metieron una multa trucha en un control de alcoholemia a la salida del Abasto.

Al tipo de la cara graciosa en Fargo lo sentaría en la falda de Soriano. Un tipo con esa cara sólo podría haber salido de una novela de Soriano. Y encima que tenga siempre el mismo papel de pistolero, buscavidas, mafioso de mediopelo, es casi una coincidencia inexplicable. Tan inexplicable como que Menem y kirchner sean peronistas. Y al gordo me lo imagino tímido al principio, y después de dos vasos agitando para llamar unas gigis. Al tipo de los ojos saltones metiendo un bocadillo a destiempo, repitiendo los chistes de Soriano o dando otra versión desopilante y al final cagándose de risa con esa boca enorme y esos dientes redondeados.

En fin, una noche así vale la pena recordar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Invitenme que yo los pongo a gozal!

Javier Quintá - Ciudad de Córdoba- Argentina dijo...

por supo que tas re invitado
nos vamos a la barra
a preparar fernes