Testigo



Una ambulancia atraviesa la Lugones y se detiene enfrente del I.P.E.F. La gente se amontona. Alguien yace en el piso. Lleva una camisa azul y un pantalón marrón. Los zapatos también son marrones.

–Se tiró, yo lo ví, caminó por la cornisa y se tiró –dice una chica.

O. G no se mueve. La calle parece transformarse en una sola mancha violenta. El pantalón del muerto está roto, tiene dos huecos, y por uno se le ve el culo.

La vuelta al mundo



O. G observa la ciudad desde un vagón. Hierros entrecruzados por una mente igual de entrecruzada. Abajo leones. Dos tigres a los que sólo les ve los ojos brillosos. Una pileta vacía y despintada. Escalinatas, terrazas y antenas.
−¿Qué hace usted acá?
−Miro –contesta O. G
−No puede estar acá, ¿quién lo autorizó?
−Nadie, un segundo nomás, saco unas fotos y listo... Qué chiquito que parece todo, ¿no? Aquel camión, por ejemplo.
El tipo se acerca al abismo.
-Parece una pasa de uva –dice O. G
-Sí, bueno, pero no podés estar acá, vamos, abajo –dice el viejo.
-Mirá allá! El muy cochino la está persiguiendo.
El viejo busca con la mirada. No ve nada.

−No veo nada. Vamos, abajo...


Subte


O. G. espera el subte que lo llevará a Florida. De Uruguay a Florida. Los túneles que recorren la Capital son un laberinto oscuro que las luces de los vagones vuelven amenazantes. Lee el peligro en los rieles y piensa en el suicidio inmediato que significaría si sólo... Una nena lo distrae. La nena le saca la lengua y él le responde de la misma manera. Ella se ríe y esconde la cabeza detrás de su madre.

O.G. asciende de las napas subterráneas por las escaleras mecánicas y, por primera vez, un rectángulo de cielo azul se le vuelve amistoso y lo llena de alegría. Afuera, ve avenidas llenas de baches, cestos rebalsados de basura, calles inundadas y caños rotos. La gente hace cola en la puerta de los hospitales y en las paradas de colectivos, en los bancos hay jubilados al igual que en Córdoba, esperando para cobrar sus aportes.