Esquinas

1. A la salida de la escuela siempre se juntan ahí, en el mismo lugar, el vértice más pequeño de las cinco esquinas. Hay un kiosco, dos mesitas y varias sillas y compran Cocas y sándwiches y se sientan a comer; algunos incluso se animan y hasta prenden un cigarrillo o toman una lata de cerveza.
Un tipo pasea a su perro sin la correa cerca del árbol de la esquina. El primer latazo que sale disparado desde el kiosco da en el lomo del animal. El tipo no tendrá más de 25 años y cuando los chicos se dan cuenta de que se les viene encima se sorprenden como si no lo hubieran visto antes y creyeran que el perro andaba solo y sin dueño. Dos se meten adentro del kiosco, como si fueran a comprar y los otros dos se quedan quietos. El hombre les muestra la lata y ellos hacen como si nada, ni lo miran, se hamacan sobre las patas traseras de las sillas. Entonces, justo en el momento en que la silla queda suspendida en el aire, el tipo le pega una patada y el que está a la izquierda se cae de espaldas. El otro atina a levantarse pero el tipo lo detiene de inmediato, prácticamente, le aplasta la lata en la cara. Cuando se va con su perro, los chicos que estaban adentro salen y ayudan a sus amigos a levantarse.

2. El auto está subido al cordón de la vereda, sobre Cordillera, tiene el capó abierto, la punta aboyada, los dos focos destruidos. Un hombre apantalla a una mujer recostada sobre la vereda. Llamen a la policía, dice. Soy jueza. Soy jueza, repite. La esquina se ha transformado en una trampa desde que el semáforo titila intermitente en las horas pico de calor, aunque la mujer pareciera sufrir más por eso, por el calor, y por el susto, claro, que por el accidente en sí.
Varias personas se arriman hasta el lugar. La jueza explica en voz alta que algo o alguien se le cruzó y que quiso esquivarlo, pero alrededor no hay nada, no hay frenadas, ni marcas extrañas, sólo el Focus último modelo incrustado en el cartel de la calle. Venía justo por allá, dice. ¿Está segura? Le pregunta uno. Soy jueza, responde ella. Llamen a la policía, a la policía, por favor. Tranquila, señora, ya llamaron. La jueza se pone de pie y camina alrededor del auto. Con las manos se agarra la cabeza. ¿Se siente bien, señora? Una gota de sangre le cae por la nariz. Tome, aquí tiene. El hombre le alcanza un pañuelo pero la jueza no acusa recibo y se limpia con el puño de la camisa. Un chico que acaba de llegar se acerca hasta la jueza y la abraza. Ya está bien, le dice. La policía, responde ella. Quiero dejar asentada la denuncia en la seccional 14. Bueno, mamá, pero ahora subí al auto. El chico se da vuelta y le agradece al hombre que estaba junto a la jueza. Él quiere explicarle lo sucedido y el hijo le dice que no se preocupe, que no es la primera vez. Se meten al auto, lo enciende, lo baja de la vereda y desaparecen por la Spilimbergo.

3. Acaban de salir de La Cuadra. Se los ve hablar, primero, en la esquina de Nuñez y Battle Planes, ella de remerita y jeans, él camisa y pantalón, enfrentados y con cierta distancia al comienzo, ella levanta la voz y a él parece no importarle, se le arrima igual y le gana terreno, le acerca la cara a su boca y ella lo aparta, le pide que le preste atención, mira alrededor como si alguien pudiera estar viéndola; a las cuatro de la mañana sólo quedan algunas personas dispersas por ahí. Y entonces él la sorprende, la toma de la mano y ella lo deja y cede y por un instante desaparecen detrás del poste de la luz. Cuando se muestran nuevamente él tiene la cabeza apoyada en el hombro de ella como un boxeador exhausto, ella trata de enderezarlo, lo acaricia, intenta sentarlo, pero él se resiste y la besa y ella ahora no lo corre ni se esconde, lo agarra de la mano y lo lleva tambaleante hacia adentro, hacia el corazón más oscuro de la manzana.

4. Hay un hombre semioculto entre las ramas que sobresalen por la reja de una casa y una paresita de ladrillos. Peinado a la gomina, anteojos con marcos negros y gruesos, lleva sobretodo hasta el piso y unas zapatillas deportivas. Camina hasta el cordón y vuelve. Enciende un cigarrillo. Va de una punta a la otra. El murmullo de su voz es monocorde, apenas audible, una sola y misma idea que se repite constantemente sin el firme sostén que otorga la palabra. Por momentos se pone de espaldas, como si fuera a hacer pis, y parece ensañarse con alguna parte de su cuerpo debajo de aquella vestimenta oscura. Cuando se acerca una chica por Marcos Sastre, el tipo se da vuelta y se sienta con el sobretodo abierto entre las piernas. Pasan unos segundos hasta que ella empieza a correr.

(publicado en revista Matices, abril, 2009)

2 comentarios:

lucia v dijo...

Acabo de recibir y de leer matices, me gusto la nota, me levante, tipie un par de direcciones en la computadora y me puse a chusmear por acá...que lindo encontrarse con estas citaciones, con estos lugares conocidos!
felicitaciones por el libro, sabia algo, en definitiva, pasaba a chusmear…

Javier Quintá - Ciudad de Córdoba- Argentina dijo...

muchas gracias, che. si lees el libro espero tu comentario. saludos.